lunes, 9 de marzo de 2015

Cine Qua Non: La ilusión espacial

Publicado originalmente en Cine Qua Non

La película como texto para ser leído
Aunque nos gustaría creer que la humanidad está por conquistar el espacio intergaláctico, poniendo el viaje espacial al alcance de los simples mortales, las evidencias indican que eso está muy lejos de hacerse realidad. Tomando esa triste realidad como excusa, en esta participación se destacan un par de historias que muestran al ser humano como un pequeño ente en medio del universo, a merced de mentes y poderes fuera de su alcance.


Cuando nuestro ancestro, el Homo Erectus, surgió de la evolución como un ser erguido en dos piernas, fue capaz de levantar la cabeza y mirar al cielo. Desde esos tiempos remotos, el ser humano se ha maravillado por la bóveda celeste y las incontables estrellas. La ilusión de viajar por el espacio ha movido el trabajo de científicos y la imaginación de artistas rumbo a otros planetas y soles. En Fundación y Tierra, el último libro de la saga de la Fundación, Isaac Asimov describe una sociedad futurista tan maravillada por los viajes espaciales y la conquista de nuevos mundos, que desde hace años ha olvidado el propio origen y prácticamente se desconoce la existencia y ubicación de la Tierra. Así de grande es la ilusión espacial del ser humano en los relatos de ciencia ficción.

El cañonazo lanzado desde la Tierra en 1902 en la película Le Voyage dans la Lune, del fantástico Georges Méliès, inauguró una incontable cascada de producciones cinematográficas con el tema de los viajes espaciales como centro.


La imaginación del público se echó a volar a bordo del crucero C57-5D, la nave Dark Star, el Nostromo, el Entrerprise, el Discovery o mi favorito, el Millennium Falcon. ¿Cuantas naves espaciales -con televisión, fábrica de chocolates y torpedos nucleares incluídos- domadas por amigos de Luke Skywalker o Han Solo habrán explorado las superficies de parques de infancias de todo el mundo?

Sin embargo, los viajes espaciales están muy lejos de convertirse en realidad para el común de las personas. De hecho, las mayores hazañas registradas en el espacio exterior han sido protagonizadas por robots. Es el caso de la exploración de la superficie de Marte por Spirit y Opportunity (y más recientemente por el Curiosity), el heróico aterrizaje de la soviética Venera 13 en Venus, tras pasar por la infernal atmósfera del segundo planeta para conseguir el envío de información antes de que su procesador muriera calcinado, o el trotamundos Voyager 1, que es el artefacto de origen terrícola que más lejos ha llegado y que junto a su hermano menor Voyager 2 consiguió impresionantes fotografías de Júpiter, atravesó los anillos de Saturno comprobando que están formados por diminutas rocas, presenció el paso del gran Neptuno y actualmente continúa su larga travesía fuera del Sistema Solar, a cerca de 20 mil millones de kilómetros del planeta Tierra, cargando con su mensaje musical.

No es por menospreciar los esfuerzos lunáticos de EEUU y URSS, pero vamos, en términos prácticos la Luna es un engendro de la Tierra, y sin exagerar demasiado podríamos decir que la llegada de Neil Armstrong y compañía a nuestro satélite, más que un viaje espacial, fue uno intercontinental.

Incluso el proyecto ampliamente difundido Mars One, que busca establecer una colonia humana en el planeta rojo a partir del 2024, recientemente fue analizado por investigadores del MIT, quienes concluyeron que ante la falta de tecnología más avanzada, de llevarse a cabo la misión como está planteada, los colonos podrían morir asfixiados a los pocos meses. Los resultados fueron publicados durante el LXV Congreso Internacional de Astronáutica, en Toronto.

Ante este panorama, sugiero la resignación y el pesimismo ante los viajes espaciales de la humanidad, para centrar nuestra imaginación en historias que nos muestran lejos del éxito en la conquista del universo. (Al menos hasta que se cumpla lo predicho por Isaac Asimov en la que me parece su mejor novela, El fin de la eternidad, y la organización de científicos sociales que nos controla en secreto sea eliminada y los viajes en el tiempo sean sacrificados para dar paso al glorioso Imperio Galáctico).

El planeta salvaje y el alucinante mundo de Laloux

René Laloux fue un cineasta francés especializado en la animación y cuya filmografía abarcó tres largometrajes y varios cortometrajes magníficamente ambientados. Su primera película, La planète sauvage, es un viaje potente, directo y sin escalas al diminuto lugar que el ser humano ocupa en el cosmos.

En la primera escena vemos a una mujer corriendo en medio de una selva de espinos con un bebé en brazos. Cuando comienza a subir una colina, de pronto se le interpone una enorme mano azul, que con el golpecito de uno de sus dedos la derriba. La persecución termina con la muerte de la mujer y con el pequeño bebé en medio de tres traags adolescentes, quienes estaban jugando con el para ellos diminuto ser. El niño humano es adoptado como una clase de mascota por un niño traag y así es como el espectador puede acceder al interior de las casas y la cultura de los traags, la especie que domina este planeta y que llama a los humanos oms, y en ciertos aspectos son muy similares a quienes actualmente habitamos la tierra.

La película resulta una interesante reflexión sobre la naturaleza y las relaciones sociales, con su buena dosis de aventuras, tensiones y excelente musicalización.


Antes de pasar al siguiente tema, es necesario recomendar al lector a subir a la nave de René Laloux y recorrer completo el viaje por el resto de sus trabajos. La segunda película de Laloux, Les Maîtres du temps, es un recorrido por el planeta Perdide, luego de un desastroso accidente de una nave tripulada por humanos. Su último largometraje, Gandahar, es una coproducción Francia-Corea del Norte que se adentra en la dicotomía vida-tecnología, una gran batalla entre las bellas deformaciones que crea la naturaleza y la fría máquina, un relato lleno de fantasía y ciencia ficción no exenta de una postura filosófica (por cierto, la adaptación del guión de esta película en su versión norteamericana fue escrita por -¿quién más?- Isaac Asimov). El viaje espacial y terrenal de Laloux termina después de ver sus cortometrajes, que pueden localizarse fácilmente en youtube.

El fin de la infancia y la odisea espacial

Uno de los mejores libros de ciencia ficción que he leído es Childhood's End. A pesar de su aparente brevedad, los personajes y situaciones concretas que se presentan logran atrapar al espectador entre los capítulos que avanzan en el tiempo constantemente, y la filosofía que se puede intuir en lo profundo del relato toca temas tan bastos como la cultura, identidad, ciencia y religión; todo, entrelazado a un ritmo que el lector agradece al pasar las páginas sin sentirlas.

Al igual que el planeta salvaje de Laloux, esta novela presenta una humanidad lejos de la gloria de los viajes espaciales y la conquista intergaláctica. Escrita en 1953 y ambientada en los primeros capítulos en dicha época, muestra una sociedad que se ve sorprendida por la llegada de alienígenas, justo en medio de una carrera espacial entre EEUU y URSS que a juzgar por el acontecimiento parece irrisoria o nula, como lo siente Reinhold Hoffmann, un miembro del proyecto espacial norteamericano, en un fragmento de las primeras páginas de la novela:
Reinhold no se sintió apenado porque el trabajo de toda una vida se le derrumbase de pronto. Había luchado para que el hombre llegase a las estrellas, y ahora, en el instante del triunfo, las estrellas - las apartadas e indiferentes estrellas - venían a él. En ese instante la historia suspendía su aliento, y el presente se abría en dos separándose del pasado como un témpano que se desprende de los fríos acantilados paternos y se lanza al mar, a navegar solitario y orgulloso. Todo lo obtenido en las eras del pasado no era nada ahora. En el cerebro de Reinhold sonaban y resonaban los ecos de un único pensamiento: La raza humana ya no estaba sola.
Y no era para menos, pues con la llegada de los Superseñores (Overlords en el original) la humanidad llegó a una clase de edad de oro impuesta: terminaron las guerras, el hambre, la pobreza, la enfermedad, el crimen, el analfabetismo... todo ello gobernado por los misteriosos seres de otro planeta.

Como en todo buen relato de ciencia ficción, las razones de todo cuanto acontece son verosímiles científica y socialmente, dentro de los límites del propio relato. Es decir, no sucede como en otro tipo de ficciones como las del género fantasía, donde el recurso de la magia es suficiente para hacer desaparecer o crecer algo, sin mayor explicación. En la ciencia ficción todo puede pasar, pero si es buena ciencia ficción se dan suficientes argumentos válidos que harían posible, con el uso de un poco de imaginación dirigida, que lo que sucede en la historia fuera totalmente real a la luz de la ciencia. Este libro no solo muestra conocimiento en ciencias físicas o astronómicas, sino sobre todo ciencias sociales, humanidades y mitología, que combinadas todas una excelente y fructífera imaginación dan como resultado un novelón. Pero no nos desviemos, que el tema central es el viaje espacial.

En la historia, los seres humanos no reciben apoyo ni tecnología para realizar viajes al espacio y quedan confinados en su pequeño mundo de utopía real. Sin embargo, hay un personaje que consigue hacer uno de los viajes al espacio más sensacionales y duramente realistas que he imaginado.

Jan Rodricks, uno de los pocos humanos que continúan con interés por la ciencia en la edad de oro, se convierte en una clase de Jonás bíblico-espacial y adentro de una ballena disecada que los Superseñores llevan a su planeta como pieza de museo, consigue viajar como polizón en la nave espacial. Para cuando llega al planeta de los Superseñores Jan ya fue descubierto y es tratado con indiferencia, nadie se preocupa por sacarlo de sus dudas, con el inconveniente de que nadie habla su idioma. Se siente un pigmeo, como un niño que no comprende lo que sucede, aunque pronto se identifica a sí mismo con un hombre de la Edad de Piedra encerrado en un edificio moderno, sin ninguna clase de referencia respecto a cómo y por qué funcionaba lo que veía a su alrededor. Seis meses después regresa a la Tierra sin muchas respuestas claras, y como esperaba debido a su conocimiento sobre la Teoría de la Relatividad, ochenta años terrestres después a su partida. Todas las personas que alguna vez conoció habían muerto ya. La tragedia de Jan Rodricks no es la central de esta novela, pero al final desempeña un papel relevante al colaborar en la observación científica del que sería, sin duda, el suceso más importante de la historia de la humanidad.

Ahora bien, toda esta reseña de un libro ¿en qué se relaciona con el cine? Principalmente por su no adaptación al séptimo arte. Y es que Childhood's End no ha sido adaptado nunca para el cine, sin embargo, este libro habría de ser la semilla de una de las más grandes películas jamás filmadas sobre viajes espaciales. Me refiero a un clásico del cine, un pilar que cambió la historia del séptimo arte y sobre el que se han escrito toneladas de cuartillas en libros, ensayos, tesis de todos los niveles y artículos periodísticos: 2001: A Space Odyssey.

Childhood's End (El fin de la infancia) fue escrito por Arthur C. Clarke en la década de los cincuenta. El libro maravilló a uno de los grandes del cine, Stanley Kubrick, quien se vio imposibilitado para llevarlo al cine pues otro director, Abraham Polonsky, le habría comido el mandado y previamente trabajaba en el guión de una película que finalmente nunca vio la luz. Sin embargo, Stanley Kubrick trabajó junto con Clarke para adaptar el relato El centinela a un guión cinematográfico. Esta fue la primera y única vez que el gran cineasta neoyorquino trabajó al lado de alguien en la construcción de su guión. Incluso en casos de adaptaciones de libros causó polémica por desviarse del texto original, como en A Clockwork Orange donde Kubrick omitió el capítulo final, o en The Shining, donde el autor Stephen King ha mostrado públicamente en diversos espacios y textos su descontento ante los cambios y omisiones que Kubrick hizo a la versión del libro.

El resultado del trabajo en conjunto entre Clarke y Kubrick resultó en una de las películas mejor logradas de todos los tiempos sobre viajes espaciales.



No es necesario polemizar sobre la secuela, 2010: The Year We Make Contact, dirigida por Peter Hyams, que se encuentra años luz del nivel de la película de Kubrick y que más parece una cinta sobre la Guerra Fría que sobre viajes espaciales y cuyo final es totalmente sospechoso.

Sin embargo, la historia de Childhood's End no sólo sirvió de inspiración a Kubrick, sino también a otro de los grandes: a David Gilmour, guitarrista de la banda británica Pink Floyd, quien escribió una rola basada en el libro.

Y finalmente, será presentada una miniserie de seis horas basada en el fenomenal libro de Arthur C. Clarke, según anunció la productora Syfy, y se espera su estreno para este año 2015.