Aranza llora frente al espejo del baño de la pastelería Paullette en la que trabaja, sus manos tiemblan y su corazón late a un ritmo poco usual para su pulso cardiac; respira profundamente tratando de asimilar los hechos que sucedieron se mira en el espejo, se limpia las lágrimas que le corrieron el rímel de las pestañas a través de los pómulos hasta su barbilla, se retoca el maquillaje y sale con la fuerza que saca desde sus entrañas mostrando una fortaleza que solo se explica de su debilidad recubierta en pesadas capas de orgullo.
El hombre con sombrero blanco y lentes oscuros tenía el pastel coronado de fresas en la mano derecha sosteniendo su saco con la mano izquierda en la cintura, escena intimidatoria para cualquier ser que ame su vida, Aranza dio unos pasos hacia el refrigerador que contiene chocolates y trufas y le dijo que pagara los 250 pesos sino no saldría del lugar; su estatura le llegaba a la cintura a aquel ser robusto y las 2 mujeres la miraban con desdén, Carlos, el novio de Iris que había ido por ella para llevarla a casa se acercó con voz débil a repetirle que no se podía vender a esas horas, que se fueran; él hizo un movimiento rápido, la sangre de Aranza se congeló por un instante, sacó una cartera repleta de billetes y le estiró 3 billetes de 100 salieron los 3 personajes por la puerta dejando un aroma a perfume Chanel y miedo, la enorme camioneta arrancó por avenida Naciones Unidas.
Al ver la cacha dorada de la pistola que salía del pantalón del hombre quien la mostraba con su mano izquierda el terror invadió el cuerpo de Iris, la compañera de turno de Aranza y nueva en el empleo, era su segundo día de trabajo en la pastelería. Iris esperaba en cualquier momento que sonara un disparo y eso se convirtiera en un infierno. Aranza con altivez y mirando fijamente a los lentes en una búsqueda infructuosa de los ojos al que ya había identificado como un hombre dedicado al narcotráfico, lo que se llama un buchón, ostentoso en sus maneras de andar, el que quiere ser visto para causar miedo; le dijo con la única voz que le podía salir en el momento, la de la valentía.
- Tú no te vas a llevar nada
- Yo me llevo lo que se me pegue la pinche gana y si quiero compro todo el local
- Pues podrás tener todo el dinero que quieras pero no te llevarás de aquí nada porque ya cerramos, qué no entiendes.
El hombre se acercó rápidamente a un refrigerador y sacó violentamente un pastel de chocolate y fresa, justo el que quería una de sus acompañantes. Aranza sin pensar retractó un poco sobre sus palabras olvidándose que todo había comenzado por no poderles vender pero esa gente está dispuesta a todo, que se llevaran el pastel era lo menos a lo que podrían atreverse, el poder de la cacha dorada estaba de su parte.
- Son 250 pesos
- ¡Ah, y todavía me lo vas a cobrar!
- Aquí las cosas no se dan de a gratis… – Y se le iba a salir un “cabrón” de sus labios pero se contuvo.
Cuando las 2 mujeres con sus largas uñas postizas comenzaron a rasgar desesperadamente la barra de cristal desde la que atienden para las ventas un hombre entró por la puerta preguntando a ambas qué sucedía y por qué no se iban ya a la camioneta.
- Es que esta no nos quiere vender pasteles
- Querida, ya te dije que está cerrado, ya hicimos corte de caja no te puedo vender – le dijo Aranza con su voz más amable pero ya un poco alterada por la irrupción de aquel hombre moreno de casi 2 metros de alto.
- Ah, esto lo arreglamos ahorita, ¿cuánto quieres por el pastel?
Son las 9:30 de la noche, hace media hora que Aranza colocó el letrero de “cerrado” en la puerta de vidrio templado de la pastelería en que trabaja como gerente y se dispone a hacer las cuentas del día, una camioneta se estaciona con gran estruendo a las afueras del local ubicado en una de las zonas de mayor poder adquisitivo de la Zona Metropolitana de Guadalajara. 2 mujeres entran hablando con tono que indica su procedencia norteña, tal vez de Sinaloa pues es muy marcado su acento, la gerente se sorprende que irrumpan de esa manera y que usen vestidos tan cortos con el temporal de frío que hace en esa parte de la ciudad. Una de ellas que usa anillos con diamantes y una gran cadena de oro blanco mientras taconea le dice a la persona que ve al otro lado de la barra.
- ¿Tienes de esos pasteles con fresitas?
- Sí, sí tengo pero ya no te puedo vender, ya está cerrado.
- Ah, ok, entonces me das uno.
- Qué parte de “está cerrado” no entendiste.
Y así comenzaron los 10 minutos más largos en la vida de Aranza, 2 buchonas, mujeres que viven por el narco, el dinero y las joyas frente a ella, un hombre arriba de una camioneta blindada afuera de su pastelería y su carácter orgulloso que no le permite ceder ante nadie, sabe que algún día la van a matar pues en este país pareciera ser que no hay de otra pero espera que no sea precisamente hoy.
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