Apuntes en blanco y negro
Indiferencia juvenil
Carlos Emiliano Vidales González
Miércoles 3 de Junio de 2009
En ocasiones pareciera que el tiempo no hubiera transcurrido, que la vida social siguiera siendo la misma que hemos vivido los últimos años, las últimas décadas. La evidencia es la recurrencia de ciertos eventos, lo cíclico de los procesos de toma de decisión, los supuestos ejercicios democráticos o los tan anhelados tiempos de cambio. Tal es el caso del nuevo proceso electoral que vivimos ahora, un proceso que nos hace recordar discursos que ya escuchamos, frases ya dichas, promesas ya hechas y temas ya tratados. Sin embargo, dado que la memoria social parece irse acortando cada día más, hay elementos que aparecen como novedosos, como la evidencia de que las cosas sí se transforman y de que es posible pensar en nuevos escenarios. De esta forma, en la agenda mediática y campañas electorales emerge nuevamente el tema de los jóvenes, un sector al que se recurre constantemente en busca de legitimación y aprobación discursiva. Pero en este nuevo escenario algo sí parece estar cambiando, algo que no se encuentra directamente relacionado a una práctica discursiva sino a un imaginario social de lo que es el joven, un imaginario ligado a la idea de un ser a-crítico, desvinculado políticamente de la vida social y a la espera de oportunidades de participación en un espacio controlado por los otros, los no jóvenes, los que se proponen a sí mismos como los modelos a seguir. Pero nada más falso y nada más frustrante. Quizá el tiempo de elecciones no sólo se vincula ahora con el tiempo de promesas, sino también con el tiempo de simulación.
La crítica siempre es la misma, incluso se vuelve autorrecursiva, casi tautológica. El joven no participa, no se organiza, no le interesa la vida política y económica de su país, no se vincula a redes de cooperación y desarrollo cultural, artístico o educativo, permanece siempre a la espera de que el mundo de forma mágica le abra las puertas a la vida laboral, la cual a su vez le permita un desarrollo profesional y personal capaz de asegurarle un alto nivel adquisitivo. Por otro lado, ligado al mundo perceptual de la indeferencia y el conformismo, aparece también la irracionalidad y la inmadurez. Es como si el desarrollo de las facultades cognitivas no completara su cíclico sino hasta que las normas y leyes sociales así lo dictaminaran, como si fuese casi impensable que este sector social pudiera producir pensamiento crítico, razonado o por lo menos reflexionado. Mucho menos podemos hablar de ciencia, pues ese estadio está reservado para la madurez intelectual, lo cual supone también, madurez biológica. Así que el joven emerge casi como un ser a la búsqueda de guías, de pautas de acción, de las instrucciones que le permitan formarse una idea clara de cuál es el deber ser en nuestras sociedades contemporáneas. Pero nada más falso y nada más frustrante.
Los jóvenes vemos la recursividad de nuestros sistemas políticos, económicos y sociales, reconocemos la pobreza imaginativa del mundo político y alcanzamos a notar algunos de los graves problemas que enfrentan nuestros sistemas de planeación, evaluación y diagnóstico que se suponen se encuentra en la base de las políticas públicas. Entendemos de igual forma la compleja dinámica de la inserción al mercado laboral y somos capaces de identificar cuál es el panorama general no sólo de lo que nos sucede y transforma a nivel nacional, sino también a nivel regional y mundial. Por otro lado, somos herederos de nuevas redes de información, de nuevas configuraciones sociales y de nuevas estructuras de conocimiento que nos acerca más que a otros sectores a la posible comprensión de nuestro mundo social, así que somos también capaces de exigir no más recursividad y, por lo menos, un poco más de imaginación a todos aquellos que nos recitan viejos y obsoletos discursos, muchos de los cuales nos provocan indignación y preocupación. Indignación porque suponemos que aquel que nos habla se encuentra en ese estadio superior de desarrollo cognitivo y descubrimos que en muchos casos es todo lo contrario. Y preocupación porque ellos, los otros, los no jóvenes, ya son incapaces de ver que esos jóvenes de los que hablan, hace décadas que dejaron de existir.
El problema no es entonces puramente discursivo y tampoco se resuelve con encuestas, entrevistas o sondeos de opinión, mucho menos con falsas promesas de estabilidad y oportunidad social, sino con el reconocimiento de un sector crítico, propositivo, analítico y, por raro que parezca, reflexivo. La generalización es el origen del malentendido, de la confusión y la ruptura, así que el primer objetivo podría ser el pleno reconocimiento de un discurso agotado, de un discurso que desconoce de lo que habla. De eso ya nos dimos cuenta, pero ¿quién más lo ha hecho? La vida social se transforma y nosotros con ella, lo malo es que los discursos no lo hacen de igual forma ni las acciones políticas, económicas, culturales o educativas, así que el reto, más allá de la campaña política, es la transformación de ese falso imaginario de la juventud de hoy. Por lo tanto, la indiferencia juvenil no es necesariamente un mal social, sino la evidencia de que sus discursos ya los sabemos de memoria como de memoria sabemos que jamás llegan a la acción social.
Comentarios y sugerencias morocoi@yahoo.com
2 comentarios:
¿Eso significa que el profe es de Morelia? :O
Laurita es abusada
http://www.cambiodemichoacan.com.mx/mascolumnas.php?id=156&linf=0
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