lunes, 15 de noviembre de 2010

Acciones para el cambio

Carlos Fuentes
15 Nov. 10

Ha hecho bien mi amigo Manuel Arango en recordarnos que la realidad mayor -la gran realidad- de México es la de quienes acuden diariamente a su trabajo; sacan adelante a sus familias y mejoran sus condiciones de vida; crean empresas, generan empleo, brindan bienes y servicios.

Arango se refiere al país de profesionistas, académicos, alumnos y amas de casa, de trabajadores buscando mejorar sus condiciones de vida, y de ciudadanos que acuden a votar y que se apoyan en una cultura milenaria que los mexicanos de hoy -su habla, su memoria, sus aspiraciones, su trato- hacen presente.

Cuando yo nací, México salía con dificultades de 20 años de lucha armada y ambiciones políticas arrebatadas. La violencia asociada a nuestro país se extinguió gracias a la determinación del presidente Lázaro Cárdenas de derrotar, aislándolo, al último caudillo rebelde, Saturnino Cedillo, al tiempo que aceleraba el proceso modernizante del país. No siempre exitosa, la política cardenista abolió el latifundio, protegió el ejido y dio lugar, entre ambos, a la pequeña propiedad. Nacionalizó el petróleo y abrió el camino a las nuevas industrias. Rehusó, para siempre, la tentación de la re-elección presidencial.

Los desafíos al México revolucionario vinieron de movimientos contra-revolucionarios como la cristiada y de luchas entre facciones de la propia Revolución. De intervenciones norteamericanas de los gobiernos de Woodrow Wilson a Herbert Hoover, superadas por las políticas de respeto mutuo de Cárdenas y Franklin Roosevelt.

Todos estos desafíos, eran políticos. Surgían de personalidades, fuerzas y realidades de naturaleza política.

Desafiar a los desafíos, construir con todos los retos una nación moderna -la que evoca Manuel Arango- costó tiempo, costó esfuerzo, costó imaginación.

Hoy, ¿está en peligro ese país, el nuestro, por nuevos desafíos, ya no puramente políticos, sino siniestramente criminales?

Setenta y dos migrantes, trabajadores provenientes de la América Central, de Ecuador y hasta de Brasil, son asesinados en Tamaulipas porque, entre el ofrecimiento del crimen y la dignidad del trabajo, escogieron éste y por ello perdieron la vida.

En la penitenciaría de Gómez Palacio, las autoridades daban permiso a los criminales recluidos allí de salir durante las horas nocturnas a cometer sus crímenes y regresar, de madrugada, a la cárcel.

Escojo sólo dos casos que, por mínimos o máximos, que sean, afectan al país descrito por Arango, lo injurian, lo perturban.

Podríamos evocar muchos más ejemplos de secuestros, extorsiones, amenazas y chantajes que se van extendiendo desde la esfera criminal contra esa ciudadanía que mayoritariamente trabaja, vota, y estudia.

¿Cómo se suma, numéricamente, nuestra actual población?

En 1920, había descendido de 15 a 14 millones, debido a la intensidad de la lucha fratricida.

En 1930, habíamos ascendido a 20 millones, y como decía el lema publicitario, 20 millones de mexicanos no pueden estar equivocados.

Hoy, en 2010 somos más de 100 millones de ciudadanos, somos el país de lengua española más poblado, somos el país frontera con los Estados Unidos de América pero también somos la frontera del mundo en desarrollo con el mundo desarrollado, somos la frontera de las lenguas castellana e inglesa. Somos la incierta frontera de los mundos latino y anglosajón.

Y somos el socio menor -el socio, relativamente pobre- del Tratado de Libre Comercio, NAFTA, con los Estados Unidos y Canadá.

Nos hacemos la pregunta:

¿Somos nación?

¿Hay todavía naciones?

¿Somos estado?

¿Existen aún estados?

O la globalidad, borrando fronteras, ¿borra también naciones, borra también estados, nos incluye en un gran abrazo donde cuentan los consorcios más que los países, las grandes empresas globales más que los disminuidos estados-naciones?

Hago la pregunta porque de la -o las- respuestas dependerá cómo hacemos frente a cuanto desdibuja el certero cuadro que pinta Manuel Arango y nos propone esenciales preguntas:

¿Podemos solos o sólo con otros?

¿Tenemos la voluntad, los recursos, las políticas necesarias para ordenar nuestra propia casa, en nombre y beneficio de la mayoría mexicana que trabaja, estudia, ama y vive?

Y si no, ¿qué formas de cooperación son admisibles para vencer al crimen, defender a la ciudadanía y retomar nuestro porvenir?

Ahora, son ellos -los jóvenes mexicanos de treinta años o menos- los que harán la historia.

¿Qué historia?

Hay un desequilibrio básico en nuestra sociedad.

Confiamos demasiado en los tres rubros que más divisas nos generan:

El petróleo, el turismo y las remesas de los trabajadores en los EE.UU.

Pero el precio del petróleo es inestable. Nuevas fuentes de energía desplazan al "oro negro". Prejuicios históricos nos impiden ampliar, diversificar, potenciar la industria sin renunciar a su carácter público.

Y la mala publicidad de nuestra violencia desanima al turismo extranjero que ha disminuido en tanto que las remesas de trabajadores migrantes alcanzan la suma de 21 mil millones de dólares.

¿Podemos continuar confiando en estos aleatorios hechos?

¿Cómo afectará a nuestros trabajadores la crisis económica en los Estados Unidos?

¿Estamos preparados para darles en México el empleo que los Estados Unidos, en mayor o menor grado, les negará?

Soy consciente de que muchos trabajadores mexicanos en los EE.UU. acabarán por hacerse parte de la sociedad norteamericana, como lo advierte el presidente Barack Obama en su discurso del pasado mes de julio, recordando que "los inmigrantes han ayudado siempre a construir y defender a los Estados Unidos. El presidente de los Estados Unidos está obligado -lo cito- "a imponer sus propias leyes de residencia y ciudadanía". Pero por vez primera, un jefe de estado norteamericano abre una ventana a la realidad del siglo XXI: la migración favorece la inserción de los Estados Unidos en una nueva economía internacional que al globalizar al trabajo, acabará por eliminar las barreras al trabajo.

En la economía global, circulan libremente los valores y las cosas, pero no los trabajadores. Es tiempo de incorporar el trabajo a la globalidad.

Ello no nos exime de la obligación de crear trabajo dentro de nuestras propias fronteras. Que el trabajador migratorio reciba la protección y el respeto que merece, pero que el trabajador que se queda en México reciba la oportunidad de construir todo lo que nos falta, todo lo que se ha quedado atrás, todo lo que requiere trabajadores mexicanos en México.

Estamos en el mundo. Las fronteras se desvanecen. El mundo angloamericano influye en el mundo mexicano. Y éste, el mexicano, influye en los Estados Unidos. No sólo con lenguaje y música, voces y cocina, sino con fuerza de trabajo: agricultura, hospitales, restoranes, jardinería y servicios domésticos, conducción de vehículos y trabajo de industrias.

Evoco estos hechos para llegar a lo que quiero preguntar hoy:

La mitad de nuestra población tiene 30 años o menos.

Estos jóvenes mexicanos son herederos de la historia que aquí, someramente, he evocado.

No existirían sin esa historia.

Pregunto de nuevo: ¿Qué harán los jóvenes mexicanos de 30 años o menos?

¿Se dejarán seducir por el crimen?

Y cuando digo "crimen" digo dinero, digo sexo, digo resentimiento y venganza social.

¿O se dejarán seducir por el trabajo?

¿Sabremos emplearlos, darle oportunidades claras y evidentes a nuestra juventud trabajadora en la magna, la inmensa tarea de construir y reconstruir nuestro país a partir de las realidades tan claramente señaladas por Manuel Arango?

Tenemos un país por hacer y rehacer.

Renovación urbana para atender a poblaciones que no se concentran sólo en el Distrito Federal, sino que se extienden a ciudades en crecimiento explosivo, no previsto, desafiante para autoridades, y ciudadanos: Guadalajara, Monterrey, Puebla, Juárez, Tijuana...

Renovación portuaria para acceder al nuevo mundo comercial que, lejos de remitirlos al pasado, da nueva relevancia a puertos modernos, comunicación y dársena complementarias de una explosiva globalidad.

Nuevas carreteras que no sólo nos comuniquen de norte a sur, de frontera a frontera, sino de mar a mar, de sierra a sierra, en contra del sino del aislamiento interno que tanto ha confinado a México.

Nuevas presas para luchar contra una naturaleza huraña que nos arroja el agua de las montañas al mar resecando al centro y al norte de la República.

Nuevos hospitales que lleven la salud a zonas apartadas de un territorio inmenso -cuatro veces más grande que Francia- donde hemos vencido antiguos males pero acaso no estamos preparados para las nuevas plagas.

Nuevas escuelas para una población que crece velozmente y a veces no encuentra escuela local y debe caminar penosamente a otra localidad donde la escuela además, es desatendida debido a viejas prácticas de permanencia magisterial en un país que requiere con urgencia apertura educativa, como lo entendió José Vasconcelos, remozamiento de cuadros, profesores jóvenes.

Hay una constante angustia en nuestra historia. La mitad de nuestra población -20 millones en 1930, 100 millones en 2000- vive en diversos estados de pobreza.

Por más que algunos asciendan, otros permanecen abajo y otros, inclusive, descienden.

El gran desafío, no sólo para México, para toda la América Latina, es el de proponerse un desarrollo que no dañe a nadie, pero que mejore a todos.

Que no se contente con lo logrado, sino que se preocupe por lo que falta hacer.

Que extienda el concepto de ciudadanía, de la política a la economía, a la educación, a la salud, al trabajo.

Pienso en un nuevo contrato social mexicano que desarrolle, con la máxima velocidad, el inmenso potencial de México para ser, a partir de lo que ha sido y de lo que es, lo que México puede ser.

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