martes, 4 de enero de 2011
El fraude de Aurea*
Aurea es la única capaz de mantener fija la atención de esos 15 niños que tienen un monstruo en la mano, o por lo menos eso les han dicho que es un calcetín adornado con dos botones que hacen las veces de ojos y un poco estambre en la punta como si fuera peluca; ahora entendemos que los niños se han embadurnado un monstruo en el brazo.
Aurea les dice que el monstruo debe brincar y ellos, los niños que no paran de picarle los ojos a su monstruo, brincan. El monstruo debe rugir y ellos imitan al rey de la selva, el monstruo debe temblar y ellos tiritan. Cada grito de Aurea es acción instantánea, y eso impresiona a cualquiera, menos aquí, en este corral.
Afuera del taller “Los monstruos come cuentos” de FIL niños hay espacio para que las madres platiquen de todo menos de libros. Y también está ella, Rosa, una niña sentada en el regazo de su madre pues no es demasiado chica como para estar brincando dentro de ese corral ni tan grande como para andar correteando autores en los salones de la FIL, cual loca despavorida.
La historia termina cuando Belinda, una de las niñas dentro del de esa alfombra, ha dejado de brincar y de rugir y de temblar, no pone atención y se ha quitado el monstruo de la mano; lo peor: sus pequeños ojos celestes se le están llenando de lágrimas y Aurea se distrae y aquello se ha vuelto un manicomio y ya nadie recuerda que esto era un corral de monstruos. ¿El motivo? Belinda necesita ir al baño y por más que se asoma no encuentra a su mamá.
*Una minicrónica que no alcanzó a salir por cuestiones de espacio en un diario de la ciudad.
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