jueves, 6 de enero de 2011

Taquicardia

Y ahí estaba él, frente a la ventana, con la pistola empuñada en su mano izquierda, apuntando directo a su cabeza, con la soga al cuello ajustada a una viga en el techo, parado sobre la silla del desván, con un bote de raticida en la mano derecha y una aguja llena de aire en la bolsa de su camisa lista para inyectarse en sus venas.

Pretendía que su vida fuera diferente, emprendió un largo viaje por el océano mientras pensaba en todo lo que le había sucedido allá donde pronto diría “aquel lado del charco”, desde el día en que nació, por qué no, no llevaba prisa, quería crear una historia nueva.

Ya todo le tenía harto, era tan monótono que por años fue difícil escapar, su soledad le hacía daño pues no hay cosa más terrible que sentirla cuando se está rodeado de gente. Esa gente vil que solo lo buscaba por sus intereses personales, fieles a su condición humana, egoístas como solo ellos pueden, bastardos que no merecen tenerlo cerca.

Su vida era buena, preparó ese viaje con tiempo y calma, la brisa del mar acariciaba su rostro, estar solo le hacía falta así que dijo a su esposa y a su hijo que estaría fuera por un tiempo, que no fueran egoístas y lo comprendieran pues él les había dado todo de sí, qué necesitaba de ellos un pequeño sacrificio de 3 meses sin su presencia, no se acabaría el mundo en ese tiempo, la paciencia era la virtud que él más adoraba en las personas. Mientras respiraba la salinidad del ambiente tomaba su pluma y meditaba.

Cuanto hacía le salía mal, o eso pensaba, nadie le reconocía su esfuerzo, o eso pensaba, y así se confundía más, ¿le pasaba o lo pensaba? Por eso un día estaba feliz, al siguiente deprimido, a los dos más feliz, y luego molesto, enredado en sus pensamientos o en lo que le pasaba o en lo que pensaba que le pasaba o en lo que le pasaba porque así él lo pensaba.

Eligió el mejor barco que pudo pagar, sus ingresos eran altos pero no demasiado, contaba con una buena vida, una linda esposa, un único hijo, una casa propia en el centro de una ciudad pequeña y pintoresca, decorada a su gusto, no tenía auto pues prefería usar bicicleta, al fin y al cabo era más saludable y era necesario pensar en los demás. Siempre pensaba en los demás, casi nunca, muy pocas veces, se preocupaba por él mismo, como todo ser humano que debe vivir en sociedad para sobrevivir tiene el instinto de preservar a los suyos a fin de preservarse a sí mismo, no estamos hechos para ser individualistas, pensaba.

Sus esfuerzos fueron buenos pero él los creía insuficientes, se desviaba de sus objetivos por nimiedades, los amigos no pueden existir, se decía a sí mismo, la falsedad de las personas les impide crear lazos de afectividad, aun así pasaba largas horas con los que llamaba “las personas que quiero” y luego se reprochaba por el tiempo perdido, soñando cada madrugada en lo necesario que era abandonar toda emoción cursi de su mente y dedicarse a su futuro, nació solo, vivió solo, morirá solo, como debe ser.

¿Por qué no empezar a pensar por su bienestar y a exigir lo que su intelecto le debía otorgar como derechos? Algo de ego no está de más para las personas como él. Nunca pensaba en esas cosas pero la reflexión a solas le abrió profundos sentimientos que no tenía presentes en el día a día cotidiano, rodeado de la gente a la que ama, amigos, vecinos, hermanos, esposa, su querido hijo, por qué tener presente su propio bienestar cuando ellos lo eran todo, si ellos son felices yo lo soy, se repetía sin escucharse como un mantra fundido en sus venas, cada acción así lo demostraba y no necesitaba más, era feliz amaba y era amado.

Pero entonces llegaban ellos, su gente, los que lo apoyaban en todo momento, los que habían demostrado no estar a su lado por intereses personales, eran esos los buenos momentos, se sentía parte de algo, productivo no solo en asuntos materiales sino en emocionales, podía ayudar a otros, ¿por qué no? Dar algo de ti a los demás te hace mejor persona, te hace crear vínculos, esas relaciones que mantienes con todas las personas, que cada una es diferente y te aporta cosas nuevas cada día, los momentos de felicidad llegaban.

Ya había pasado mes y medio, la mitad del tiempo que planeaba estar lejos, la historia iba avanzando, iba mejorando, creía que algo le faltaba para lo cual usaría el tiempo restante, escribía todo el día, y por las noches salía a ver las estrellas, compañeras de su travesía que siempre le daban respuestas o que le hacían inventarse respuestas ¿cuándo una estrella muy lejana explota cuánto tiempo tardará para que eso afecte en algo a la Tierra? Todo está conectado, todo se relaciona y se afecta.

Poco a poco dejaba el miedo de lado, si dejar de pensar en el pasado y dejar de temerle al futuro fuera fácil habría sido feliz desde hace tiempo, pero en eso estaba, no había que seguir el duelo por toda su vida, él no era culpable de nada y así lo comenzaba a entender. Si el futuro le deparaba cosas buenas o malas o ambas o ninguna no debería importarle, estaba feliz en el momento y si la gente lo abandonaba como era costumbre que lo hicieran no se iba a matar por eso, amigos sobran en el mundo, se compraría un perro y ya.

Por qué todo le salía tan mal, ¿las personas que estaban cerca de él lo hacían de verdad por cariño, existía el cariño? Desde que tuvo memoria se dijo que ese tipo de preguntas eran tan ociosas como clasificar a los amigos o acumular billetes para poder llenar una alberca con ellos y nadar, así. Pero ahora lo pensaba, comenzaba a sentirse harto de esa vida con seres tan despreciables pero no había tenido la calma para darse cuenta, el meditar puede dejar confusas las ideas pero la sensación de claridad. El libro ya casi estaba terminado, sería un éxito, creó su nueva historia.

Entonces fue que la conoció, la vio, le sonrió, la invitó al cine, a cenar, charlaron largamente y se enamoró de ella, increíble que algo así exista, el amor, vendió todas sus pertenencias y se fue lejos, se despidió de todos sus amigos, no tenía familia, su madre murió en el parto, su padre abandonó a su madre después del coito, pero ahora se sentía feliz, como nunca lo pensó. Buscaron juntos una linda casa en una ciudad nueva, una vida nueva, una novela apasionada tras todo lo tormentoso que había sido su vida. Ahora sí, empezaría una nueva historia y… Fin.

Logró que su vida fuera diferente, la vida de ese personaje por el que sacrificó todo, guardó su pluma y decidió regresar, se habían cumplido los 3 meses. Llegó a casa, no saludó a toda la familia, amigos, vecinos, que estaban reunidos para darle la bienvenida, subió las escaleras. Su esposa supuso que se sentía agotado por el viaje y había ido a darse una ducha, tras una hora decidió subir a verlo, los invitados sonrientes charlaban entre ellos sobre los excelentes libros de su amigo, el dueño de aquella casa, un gran escritor, un verdadero creador de historias.
Ella subió al ático y ahí lo encontró. Frente a la ventana, con una pistola empuñada en su mano izquierda, apuntando directo a su cabeza, con una soga alrededor del cuello ajustada a una viga en el techo, parado sobre una silla del desván, con un bote de raticida en la mano derecha y una aguja llena de aire en la bolsa de su camisa lista para inyectarse en sus venas. Un grito escapó.

- ¡Querido, pero qué haces!
- Terminando esta historia como debe terminar.

El sonido del revólver sonó hasta el comedor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿existen los áticos o sólo son un invento de las peliculas gringas?

Alejandro dijo...

Existen si los nombras.

Stefano para Medico.com dijo...

Me gusta el titulo del relato : Taquicardia. No pensaba leer lo que lei cuando lo abri :-)