domingo, 15 de mayo de 2011

La evolución de la vida desde el espacio exterior

Las dos conclusiones principales de este capítulo son:
  1. La ausencia en los registros fósiles de formas intermedias requeridas por la teoría evolucionista conocida muestra que, si las formas terrestres de vida han evolucionado a partir de un tronco común, las ramificaciones de más fuste del árbol evolutivo deben de haber ocurrido con gran rapidez.
  2. Las ramificaciones mayores, si ocurrieron, estuvieron acompañadas por cambios genéticos nada pequeños.
Estas conclusiones dan la puntilla al darwinismo, el cual no puede aceptar que se produzcan rápidamente cambios genéticos, según vimos en el capítulo I. La situación es que para retener el esquema evolutivo  apoyado por biólogos, que ha sido ilustrado en los diagramas de este capítulo, será preciso encontrar otros medios para conducir la evolución que no sean la imagen usual del darwinismo. [...]

La segunda posibilidad evoca curiosamente la teoría de la creación especial que William Paley defendió en la segunda mitad del siglo XVIII. Después de hacer ver que planteas y animales están notablemente adaptados a los medios en que viven, Paley comparó la precisión del mundo vivo con un reloj bellamente construido. En seguida arguyó que, así como el reloj debe su origen a un relojero, así también el mundo de la Naturaleza ha de deber su origen a un Creador, Dios. Su obra, a View of the Evidence of Christianity, tuvo gran influencia. Inicialmente fue una serie de conferencias dadas en la Universidad de Cambridge, pero posteriormente el libro se volvió lectura obligatoria en esa universidad. En efecto, hasta principios del siglo XX todos los graduados de la universidad debían aprobar un examen al que popularmente se bautizó con el nombre de "Paley's Evidences".
En 2835 y 1837, Edward Blyth publicó dos trabajos en los que considera los efectos de la seleción natural. Sistuvo que en cuanto alguna especie se adapta a su medio, la selección natural impedirá que se desadapte. También argumentó en forma muy similar a lo dicho por Darwin, que citamos en el capítulo IV: "En general, en todas las especies debe haber un número de individuos muertos por halcones..." Bliyth percibió este razonamiento con toda claridad desde mucho antes de que Darwin lo escribiera en su cuaderno de notas, pero a su juicio sólo serviría para mejorar la adaptación de una planta o animal ya adaptados. Lograr la adaptación inicial seguía siendo un problema, y por esa razón Blyth consideró que era necesario adoptar una posición muy similar a la de Paley. Todavía hasta nuestros días sigue estando en pie el problema de hacerse de las 2 000 enzimas necesarias, según vimos en el capítulo II.
Lo que hicieron tanto Darwin como Alfred Russel Wallace, casi un cuarto de siglo después de Blyth, fue afirmar que la selección natural debía provocar adaptación, tesis que Blyth consideró y rechazó. La afirmación no fue probada, a pesar de que el mundo científico había llegado a pensar que en El origen de las especies (1859) había sido probada sin lugar a dudas. Lo que se da en la obra de Darwin son muchísimos cambios de adaptación de especies ya adaptadas respecto a lo cual nunca ha habido duda real sobre todo después de los trabajos de Blyth de 1835 y 1837. No se aborda la cuestión clave, que es explicar los orígenes a partir de la nada.
Las especulaciones contenidas en El origen de las especies resultaron estar equivocadas, según hemos visto en este capítulo. Es irónico que los hechos científicos dejen fuera a Darwin, y que dejen a William Paley, una figura que fue motivo de burla por más de un siglo, dentro del torneo pcon la probabilidad de ser el ganador final. En los capítulos restantes veremos cómo va el razonamiento.
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Fragmento final del capítulo VI: Hay numerosas filtraciones en los registros de la evolución, del libro La evolución de la vida desde el espacio exterior (1981), de Fred Hoyle y N. C. Wickramasinghe, donde los autores -con información científica de la segunda mitad del siglo XX- contribuyen a teoría de la panspermia del premio Nobel de Química de 1903, el sueco Svante Arrenius. En resumen, que la vida procede del espacio.

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