viernes, 10 de febrero de 2012

Orquesta: la mejor nave al espacio

Mañana sábado 11 de febrero será presentada la sinfonía de "Los planetas" del compositor Gustav Von Holst, en el Teatro Degollado, como parte de los festejos por el aniversario de la fundación de Guadalajara. El concierto inicia a las 8:30 de la noche. Para animarlos a asistir al concierto, que será gratuito, aquí una crónica de Óscar "Cocodrilo" sobre el día en que asistió a la presentación de esta misma sinfonía, hace cuatro años.
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El concierto ocurrió el pasado 9 de marzo (del 2008) en la matinée dominical, que presenta cada temporada la Orquesta Filarmónica de Jalisco en el Teatro Degollado.

Fecha en la que redescubrí la grandiosa virtud de transportarnos, colocarnos en lugares, emociones, atmósferas conocidas o desconocidas que nos regala la música. Sólo cuando ésta es interpretada desde las entrañas, con el toque que únicamente los profesionales le pueden imprimir, y una entera disposición de escucharla y vivirla, es cuando nuestra mente despega, cual cohete… llevándonos a un viaje interior de sensaciones a veces indescriptibles que logran sacudir, exaltar y reconfortar hasta lo mas profundo de nuestro ser.

La sinfonía no. 88 en sol mayor de Franz Joseph Haydn (1732-1809). Comenzó a preparar a los pasajeros y calentar los motores para el lanzamiento, con su carácter barroco-clásico remontándonos a la época de las pelucas blancas, los ostentosos vestidos, las cortes, duques, doncellas y demás imágenes que nos llegan a la mente con esas notas tan correctamente acomodadas en sus tiempos que las hace lucir tan elegantes como una condesa.

Estaba claro que esto era sólo el comienzo de la derrama de emociones que estaba por alcanzarnos, la audiencia se mostró sobria al final de cada movimiento, surgieron los moderados aplausos. Estaba claro, que eran las primeras notas que emitía la orquesta que probaba y optimizaba la ejecución de las manos de los instrumentistas, los cuales obtuvieron las primeras decodificaciones de las intenciones de su director,

Desde estos instantes se percibía un fluir como el de las olas del mar una sintonía entre el director, los músicos y la audiencia que esperaba regresar a casa con los oídos pulcros y la mente llena de las más vivas y hermosas notas que nos regalarían esa tarde dominical.

Tocó el turno de salir a escena a la música de Aram Katchaturian (1904-1978). Compositor armenio-soviético del periodo considerado contemporáneo, su concierto para violín y orquesta en re menor Op. 46 que cuenta con particular temperamento cimentado en la originalidad de sus temas impregnados ricamente del exotismo folclórico de Armenia.

Para estos momentos ya sentíamos como la atmósfera comenzaba a abrazarnos y a ejercer tanta fuerza de gravedad como pudiera antes de abandonarla.

Iniciando el primer movimiento con una breve y rítmica introducción llena de acentos musicales del medio oriente, aparece una figura de saco blanco que contrastaba perfectamente con el color sangre de su violín. Su nombre era Cuahutemoc Rivera, quien es una de las figuras más activas en los escenarios dedicados a la música culta en nuestro país, y cómo no ha de serlo si el señor toca como si recién hubiera descendido de los cielos para iluminarnos con el deleite de interpretación que nos regalaba.

Este concierto esta repleto de pasajes escritos, única y exclusivamente, para aquel violinista solista que tenga las suficientes agallas como para tomar el arco e interpretarlo frente un público que por lo general, es conocedor de la materia en práctica puesto que es muy difícil que alguien sin criterio musical tenga el interés de asistir a presenciar este tipo de conciertos. Es una pena, porque aún hay bastantes lugares esperando a alguien dispuesto a llenar sus oídos de sonidos frescos, vivos, codiciados y difíciles de conseguir.

El segundo movimiento abre con el canto del fagot seguido del clarinete y las cuerdas creando una envolvente y exquisita atmósfera instrumental que colmaba de paz el ambiente hasta que dio paso al siguiente solo de violín, el más largo de toda la obra.

Aproximadamente 10 minutos de un solo de violín técnicamente complejísimo con incorporaciones de 2 notas al mismo tiempo creando exquisitas disonancias combinadas con una constante rítmica acelerada, dando lugar a una gala de virtud por parte del solista, pero la técnica llegaba a ser sólo un segundo plano que en ese instante prefería pasarlo por alto debido al gran derroche de sentimientos y emotividad.

Una melancolía en las notas que sacudía lo mas profundo de mis sensaciones a tal grado que sentía como la música pasaba por mis oídos y resonaba directo en el corazón, llegando a arrancarme esas lágrimas que difícilmente dejo escapar y estoy seguro que no fui el único en el teatro con este sentir.

Inmediatamente al final de este movimiento comenzaron los aplausos más fuertes de la noche e inclusive muchas personas que nos encontrábamos enteramente agradecidas con la entrega de la orquesta y el solista, no tardamos en ponernos de pie y es que, en realidad, no era para menos.

Para cerrar la obra, las fanfarrias y una constante rítmica en forma de danza llena de gran virtuosismo por parte de todos y cada uno de los instrumentos al igual que los otros 2 movimientos, acompañó cada uno de los motivos así poco a poco. Se aproximaba el final de la obra, que cuenta con un triunfal cierre plagado de gigantescas fanfarrias utilizando todo y cada uno de los instrumentos a su máxima potencia, pero estos eran opacados por los predominantes tambores, y las brillantes trompetas que siempre llevaron la pauta hasta el final.

Gente de pie y muchos aplausos, Cuahutemoc Rivera se llevo la mayor parte de ellos obligándolo a salir dos veces al escenario puesto que estos no cesaban.

La obra fue una belleza y el viaje cada vez se volvía mas fascinante pero las luces del recinto se desvanecieron dando lugar al intermedio, tiempo para volver a la realidad, despejarse un poco, estirarse, ir al baño, compartir ideas, todo esto como mera preparación para el gran cierre del evento como el programa lo establecía.

Fue ahí donde me di cuenta que no fui el único loco en la sala que tuvo tal intensidad de sensaciones lo cuál me llenó de mucho orgullo y me di cuenta de el gran vínculo que se crea entre la música, los interpretes y la audiencia.

Poco a poco se fueron reocupando los asientos y ahora sí era momento de tomar todas las precauciones posibles, abrocharse bien los cinturones y prepararse para cruzar la atmósfera y llegar a la gravedad cero del mismísimo espacio exterior. Porque estaba por comenzar la última de las obras y según escuché comentarios, se trataba del estreno de la obra más complicada y que le tomó más trabajo pulir a nuestra orquesta.

Se trata de la sinfonía de los Planetas, Op. 32 de Gustav Theodhor Von Holst (1874-1934). Este compositor más que parecer un hombre de fines del siglo XIX, parecía un personaje de cultura avanzada, de los años setentas del siglo XX. Ferviente seguidor del socialismo, vegetariano e interesado en la astrología y en la espiritualidad y el misticismo hindú; ideales que influenciaron su obra.

Surcando el espacio, le tocó el turno a la mismísima reina de la noche (la música) de presentarnos los planetas, sus sonidos, carácter, sus presencias de habitantes y sus paisajes multicolores descritos por las notas.

El viaje constó de siete paradas, movimientos dedicados cada uno a un planeta del sistema solar que en esa época no contemplaba a plutón puesto que su descubrimiento fue posterior a la realización de esta obra. El orden de presentación está tal vez relacionado con su ubicación zodiacal aunque también puede considerarse la astronómica.

Marte (el portador de la guerra) Allegro

La primera de las paradas, frío, amenazante y terrible guerrero, se le rinde tributo con una fanfarria en un marcial ritmo de 5/4 presentándonos una futurista guerra sonora llena de todo tipo de naves y armas dispuestas a derramar sangre.

Venus (El portador de la paz) Adagio

La diosa del amor, la belleza y la fertilidad. El solo de corno francés nos devuelve la calma perdida; cálida y bella es descrita en la abrumante melodía de los violines seduciéndonos y haciéndonos suyos sin poner resistencia.

Mercurio (el mensajero aliado) Vivace

Como un mensajero de los dioses, es la estación en la que duramos menos tiempo debido a su corta duración, su agilidad y ligereza, virtudes de un buen mensajero.

Júpiter (el portador de la alegria) allegro giocoso-andante maestoso.

La estación más amigable, colorido lleno de hermosas melodías que bien podrían pasar por himnos dejándonos en un bienestar y colmándonos de alegrías.

Saturno (el portador de la vejez) Adagio

Un lugar lleno de dolor, lastimosas melodías con un ambiente impregnado de una densa escala de sonidos grises.

Urano (el mago) Allegro

Suena en azul combinado con verde, colores mágicos, lleno de maravillas y hechizos.

Neptuno (el místico) Andante

La última parada y la más fascinante desde mi punto de vista. El momento de conocer el más sombrío de los planetas sonoros de Holst. Es el movimiento más impactante, a tal grado que te roba el aire por unos instantes. El sentimiento de miedo impregnó la sala, cuando de repente aparecen detrás de una cortina un coro vestido totalmente de negro con aspecto de espíritus malignos bajo el mando de su amo, el director, quien les indicaba en forma de olas cual era la dosis de miedo que debían propinarnos con esas disonancias tan terribles pero que a la vez me resulta tan placentero sentir esa oscuridad musical y dejar entrar el miedo a través de mis oídos.

Una muerte musical lenta, un aterrizaje que poco a poco hizo mas evidente con el desvanecimiento que sufrieron los sonidos de los instrumentos. Una a una, las secciones de la orquesta comenzaban a apagarse cual motores sincronizados en un orden perfectamente definido. Las percusiones fueron las primeras en desaparecer, seguidas de los metales, alientos, cuerdas, quedando solo el terrorífico coro que se fue desvaneciendo conforme se alejaban del escenario y caminando por la parte trasera del mismo.

Un final único sin lugar a dudas y un total acierto por parte de la orquesta y el director. Al seleccionar tan buen programa, un muy buen solista, (como fue el caso de Cuauhtemoc Rivera) y demostrar que también aquí en nuestro Teatro Degollado podemos tener obras contemporáneas de alta calidad. Sin dudar me deja con un orgullo y un muy buen sabor de boca, el presenciar un concierto de tanta calidad musical en mi propia ciudad.

Oscar Alberto Gómez Michel.

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