domingo, 5 de octubre de 2008

Extra Extra, lo más nuevo de la relación prensa-poder

Crítico de la intolerancia

Jenaro Villamil

Fecha: 04-Oct-2008 No. Publicación: 1666

Con cuatro décadas y media de trayectoria profesional, tres de las cuales ha escrito de manera ininterrumpida su columna Plaza Pública, Miguel Ángel Granados Chapa, protagonista de momentos claves en el proceso de democratización del país, advierte: la actitud de los gobiernos panistas hacia la prensa “es peor que la del PRI”; “es agresiva, sienten las críticas como algo personal”.

Y ejemplifica: “A Fox nunca lo vi. Los presidentes priistas procuraban conversar con la gente de los medios; Fox no. Y luego sus reacciones, como lo vimos con Proceso, son muy virulentas. Los del PRI eran hipócritas, pero la hipocresía priista los hacía ensayar otros modos. Castigaban la crítica de distintas maneras”

Y habla del contraste de los panistas, quienes, dice, no tienen escalas. “No intentan convencer de ningún modo; son muy desdeñosos de la prensa porque para ellos es lumpen que vive del favor gubernamental y porque no creen en la autenticidad de las motivaciones de la prensa crítica. Son desconfiados. Siempre piensan que hay una doble intención.”

En extensa entrevista con Proceso, en vísperas de recibir la medalla Belisario Domínguez el próximo martes 7, Granados Chapa revive pasajes centrales de su trayectoria periodística. Describe, por ejemplo, su estrecha y cercana relación con Manuel Buendía y con Julio Scherer García, a quienes reconoce como sus maestros; admite que fue “un error” haber buscado la gubernatura de su entidad natal, Hidalgo, en 1999, como candidato del PRD, y reconoce que ahora sólo a la televisión se le puede reproducir aquel grito del movimiento estudiantil del 68: “Prensa vendida”.

Granados Chapa delinea las diferencias entre aquel priismo que le tocó vivir como reportero, editorialista, subdirector y director en distintos medios impresos y electrónicos. Hoy, dice, existe espacio para otro periódico crítico.

Secuestrado y torturado por un grupo de la ultraderecha, en sus inicios como reportero del vespertino Crucero, comenta que los grupos de poder secreto que operan en la opacidad –como el narcotráfico y la ultraderecha– constituyen aún dos amenazas para el periodismo porque “no son demócratas, son autoritarios y pueden matar”.

Al aceptar el reconocimiento del Senado, otorgado por voto unánime de todos los grupos parlamentarios, Granados Chapa destaca la importancia de lo que él considera “periodismo responsable ante el poder”.

Catedrático durante 20 años en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y otras instituciones, define así ese ejercicio: “Es el que no ignora y mide las consecuencias y las arrostra. Es decir, no procede a ciegas, frívolamente, sabiendo las consecuencias y asumiéndolas, enfrentándolas. Es crítico por naturaleza”.

–¿Por qué debe ser crítico?

–Porque en la relación con el poder los ciudadanos deben asegurarse de que reciben, como dice Morelos en Los sentimientos de la nación, que el poder se instituye para el bien de los hombres, no para su mal. Los ciudadanos tienen que asegurarse de que así sea. Por lo tanto, tienen que examinar la acción política, la acción gubernamental, la acción del poder para tener certidumbre de que se hace lo que se debe hacer: el bien de los ciudadanos, no lo contrario.

–¿Esta idea fue lo que lo animó a escribir la columna Plaza Pública y, en Proceso, Interés Público?

–Fue eso, por un lado, y combatir la noción de que la política era cosa de pocos, un coto cerrado, en que los asuntos fundamentales se dirimían en ámbitos cerrados. Creo que la política debe desarrollarse en la plaza pública, donde circulan los ciudadanos, donde transitan, donde discuten, donde se reúnen para demandar, para protestar. Ese es el sentido de la política y de la columna.

Las reacciones del poder, a lo largo de 40 años, frente a su trabajo periodístico han sido “muy diversas, muy agresivas, muy desdeñosas y hasta cooptadoras”.

Granados Chapa rememora a un personaje en especial: Carlos Hank González, gobernador, regente, secretario de Estado, hombre fuerte del Grupo Atlacomulco, como uno de los maestros en los viejos métodos de cooptación de la era priista. “Hank era una víbora hipnotizadora”, sentencia.

“Hank me ofreció una casa, donde yo quisiera. Cuando supo que yo era afectado por la construcción de los ejes viales, Hank me llamó para decirme si estaba yo satisfecho con la indemnización. Le dije que no porque yo no era propietario, sino inquilino.

“Entonces, una siguiente vez me llamó Manuel Gurría, su secretario, para decirme que por instrucciones del regente me ofrecía una casa ‘en las condiciones que usted establezca’. ‘No, no está en mi horizonte tener una casa’, le respondí. Hubo una nueva llamada de Gurría: ‘Me dice el profesor Hank que, como su amigo, le pide que acepte una casa donde usted quiera’. Y me volví a negar”.

“Me tundieron”

Granados Chapa inició como reportero en 1964 en el vespertino Crucero, dirigido por Manuel Buendía, quien antes había sido director de La Prensa. Buendía lo puso a prueba, dice, y le encargó un reportaje. Cuando leyó su primer texto, le respondió irónico: “Mire nomás, en la universidad sí enseñan periodismo”.

A partir de ahí, Buendía le encargó a Granados Chapa una serie de reportajes sobre los grupos secretos católicos, a partir del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO). A pesar de que Crucero circulaba poco, los reportajes tuvieron un gran efecto.

“Meses después de concluida la serie –el tiempo necesario para que no se establecieran relaciones de causa-efecto–, me secuestraron cuando salía de dar clases en Ciencias Políticas, donde era ayudante de profesor. En la parada del autobús, cerca de Copilco, me subieron a un Mercedes Benz negro, me llevaron a Contreras, me ataron a un árbol, me dieron cinturonazos en la espalda y en las nalgas. Me tundieron…”

–¿Qué le dijeron?

–“Ahora vas a saber quiénes son los trotskistas, cabrón”. Era el estilo de esos grupos. En los reportajes que hice decía que eran un grupo muy violento… De modo que desde el momento mismo que me secuestraron supe de qué se trataba. Todo era denunciatorio de quiénes eran.

“De tal manera que cuando me dejaron ahí golpeado me sentí aliviado. Era una deuda que yo tenía que pagar y la había pagado en ese momento. Cuando volví a la civilización, tuve el humor de hablarle a Buendía y le dije: ‘Le tengo una exclusiva’. Le conté lo sucedido y publicamos el relato.”

Granados Chapa rememora que Buendía consiguió, a través de un compadre suyo, policía judicial, que se hiciera la investigación. Al compadre le ordenaron que la parara, “por decisión directa de Luis M. Farías, en ese entonces director de Prensa de Gobernación, bajo las órdenes de Luis Echeverría. Él era el contacto con las sociedades secretas; él era miembro desde su época de estudiante. Mantuvo ese vínculo, de modo que no se avanzó en la investigación y ahí murió el asunto”.

–¿Por qué la obsesión de Buendía en indagar los grupos secretos?

–Por dos razones: primero, porque él había sido seminarista, militante del PAN y vio cosas que no le gustaron y se hizo antipapista; segundo, porque fue reportero de policía y se imbuyó de un espíritu de investigador policiaco. Eso lo aplicó a la política y por eso sus temas y su estilo eran de investigador policiaco. Eso le costó la vida. José Antonio Zorrilla Pérez, el que lo mandó a matar, era policía.

–El asesinato de Buendía, en mayo de 1984, marcó el ascenso de la narcopolítica y también el de la ultraderecha hacia el poder. ¿Existen diferencias entre esa época y la actual?

–No creo que tengan vinculación la narcopolítica con la ultraderecha, salvo que ambos son grupos violentos. Son grupos criminales que fingen no serlo, especialmente los de la ultraderecha. Pero también hay narcos que no se ostentan como tales, como los lavadores de dinero y contra ellos no se combate.

–¿Es igual de difícil para un periodista investigarlos?

–No, las condiciones han mejorado muchísimo. Para empezar, esos temas interesan a más gente y hay la posibilidad de intercambio profesional de información, de apoyo entre colegas, de búsqueda común de contactos. Ahora más o menos se sabe quién es quién. Todo el trabajo de Álvaro Delgado, por ejemplo, se realizó en buena medida dentro del PAN, a sabiendas de con quién hablaba. Los grupos secretos ya no lo son tanto.

“En cambio, cuando el terreno no está roturado, se corre el riesgo de meter la pata. Pretender que un informante no es parte de lo informado y sí lo es. En mi caso, había un sacerdote jesuita, Martens, con quien yo tenía una buena relación, hasta que descubrí que era un secreter también. Era una de mis fuentes.”

–¿El hecho de que hayan llegado al poder los vuelve más vulnerables?

–Sí. Por ejemplo, el secretario de Gobierno de Guanajuato, Gerardo Mosqueda, está ahora muy expuesto a la luz, aún en medios que hubieran sido muy afines con él, como el periódico AM. Ganan poder, pero pierden opacidad y yo creo que a la larga va a ser para ellos negativo porque pueden perder el poder, por ser tan visibles.

“Prensa vendida”

La memoria de Granados Chapa conduce a una atmósfera de mesa de redacción, de trabajo intenso en Excélsior, periódico donde compartió durante 10 años el ascenso la consolidación y el golpe contra el grupo de reporteros que dirigió Julio Scherer García, desde septiembre de 1968, justo un mes antes de la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.

Granados Chapa llegó a Excélsior después de trabajar dos años para la agencia Informac, dirigida por Fernando Solana, quien fue su profesor en Ciencias Políticas. Solana fue nombrado en 1966 secretario general de la UNAM con el rector Javier Barros Sierra. Granados pretendió dirigir la agencia, pero Solana le advirtió: “Está usted muy joven para esto”. Tenía entonces 24 años. No aceptó trabajar con el director que se quedó y en diciembre del mismo año hizo exámenes para ingresar a Excélsior como editor, corrector de originales, diagramación y encabezados en la mesa de redacción.

Primero trabajó directamente con uno de los subdirectores, Víctor Velarde, “candidato del conservadurismo interno” del periódico frente a Julio Scherer García, quien llegó a la dirección en septiembre de 1968.

“A Scherer la redacción no lo quería porque era honrado. Él gana con el voto de los trabajadores del taller. En Excélsior había negocios de todo calibre entre los reporteros. Dos de ellos, por ejemplo, tenían un contrato para surtir de agua destilada al gobierno del Distrito Federal porque habían sido amigos de algún regente”.

–Hace 40 años, a las afueras de Excélsior, los estudiantes gritaban “Prensa vendida”. ¿Qué sentía usted entonces?

–A mí me causaba conflicto interior porque Excélsior era el único periódico en la ruta de las manifestaciones. Entonces, a los que nos gritaban “Prensa vendida” era a nosotros. Los que pasaban gritando ahí eran alumnos o compañeros míos. Yo era profesor de Ciencias Políticas y en las mañanas, cuando iba a dar clases, yo formaba parte de los razonamientos que conducían a decir “Prensa vendida”.

“Estando dentro de Excélsior yo sabía que los estudiantes tenían razón porque los reporteros eran literalmente voceros del gobierno. La manera como editorializaban las notas respecto al movimiento era atroz”.

–¿Formaba usted parte de una línea editorial?

–Al contrario. Una de las razones por las que apreciaban mi trabajo como editor era porque yo le quitaba los sesgos de editorialización a sus notas. Las denuncias me producían un sentimiento de ambigüedad porque sabía que, parcialmente, era cierto.

“Por fortuna dejó de ser cierto porque Scherer García fue elegido director en medio del movimiento, en septiembre del 68. Desde entonces, comenzó a darle un sesgo distinto al periódico. Comenzó a publicar artículos de Alejandro Gómez Arias, de Daniel Cosío Villegas.

“Los reporteros eran militantes del PRI y del gobierno. Eran desdeñosos de todo lo que no fuera eso: regañones, informantes. Ahora la estructura de la prensa ha cambiado notablemente. Antes era muy uniforme, ahora es variopinta. Scherer García por eso se hizo sobresaliente, porque no formaba parte de ese universo.”

–¿Qué tan difícil era para usted como subdirector y para Scherer García como director enfrentar a esos reporteros?

–Era más difícil ser reportero distinto, como lo fue Scherer García. Ya como director podía influir en la conducta de sus reporteros, pero como reportero no podía influir más que sobre sí mismo, luchando contra la corriente.

–¿Sigue siendo válido el eslogan “Prensa vendida”?

–Sólo parcialmente y con respecto a la televisión. En esa época Excélsior hacía la televisión informativa. Telesistema, como se llamaba entonces Televisa, no tenía un área de noticias. Empezó a tener una redacción muy incipiente, dirigida por (Jacobo) Zabludovsky, que era un soldado del PRI, más que (Emilio) Azcárraga.

“Así eran los periodistas como Zabludovsky. Ahora es héroe de la democracia. En La Jornada reproducen, como si tuvieran valor en sí mismos, algunos de sus comentarios editoriales.

–¿Qué es lo que no ha hecho Zabludov-sky para que él aparezca como el periodista democrático que ahora quisiera ser?

–Todavía no hay equilibrio entre el tiempo y el modo en que hizo periodismo autoritario y el tiempo y modo en que hace periodismo democrático. Todavía no está mano a mano.

–¿Existe comparación entre el trabajo de Zabludovsky y el de Buendía y Scherer, que forman parte de la misma generación?

–No. Zabludovsky fue un periodista convencional, lo que no fueron Scherer ni Buendía. Sus entrevistas eran arregladas, a modo. Zabludovsky era más comparable con Regino Díaz Redondo.

“Era un gesto de grandeza”

A Granados Chapa no sólo le correspondió trabajar bajo las órdenes directas de Manuel Buendía, sino ser protagonista de las presiones hacia la dirección de Julio Scherer García en Excélsior, del golpe propinado por el gobierno de Luis Echeverría, con Fausto Zapata como parte de la acción mordaza, y de la fundación de Proceso, hace 32 años.

Granados Chapa recuerda que él no formaba parte del grupo original que impulsó la llegada de Scherer García a la dirección de la cooperativa de Excélsior. “Yo no era cooperativista entonces. Y por mi adscripción laboral, quedé inserto en el grupo de los conservadores. Yo no voté, pero todos los que estaban en la mesa votaron por Víctor Velarde.

“Velarde y el jefe de redacción, Arturo Sánchez Aussenac, me cobijaron mucho. Cantaban mis virtudes a todo el que se dejara, pero perdieron la elección. Y yo hubiera quedado al margen de la situación de no ser porque Scherer García fue muy lúcido”.

Granados Chapa dedica buena parte de la entrevista a documentar cómo fue su relación con Scherer García, quien lo invitó a ser ayudante de la dirección y lo incorporó “de manera creciente a su grupo, conforme fueron pasando los años”.

–¿Cómo fue su relación con don Julio en un periódico como Excélsior, con buena parte de los reporteros en contra?

–Era muy imperativo… hasta que dejaba de serlo. Me dio plena confianza. Me dio la responsabilidad de las páginas editoriales. Nos entendíamos por señas. Incluso esto dio lugar a equívocos. Un día me dijo: “Oiga, ¿ya vio usted lo de Bracamontes?”. “Sí, hombre”. “¿Editorialazo, no?”, me dijo. “Editorialazo”, le respondí, pero yo creía que en contra y él creía que a favor. Pero, salvo una o dos veces así, en general había un acuerdo.

“Él era muy respetuoso, en general. Me dejé crecer la barba en el año 73, desde entonces no me la he quitado. Por alguna razón, un día íbamos bajando la escalera, coincidimos, y me dijo. ‘Oiga, como director de este periódico, ¿puedo oponerme a que usted use barba?’. Le dije: ‘No’. Y ahí murió el asunto.”

Granados Chapa relata otra anécdota para ilustrar su relación con Scherer García:

“Un día subió a mi oficina para decirme que había que hacer un editorial apoyando a Emilio Rabasa, el canciller, en su acercamiento a la junta (militar del general Augusto) Pinochet. Le dije que era una barbaridad. Él me comentó que si no se hacía, no le daban los salvoconductos a los mexicanos que estaban atrapados en la embajada. Es una trampa, le argumenté. Razonamos. De ahí pasamos a la discusión. El hecho es que en esa discusión alzamos la voy y se hartó. Y dijo: ‘pues no se olvide usted que yo soy el director’. Y tenía razón. Entonces le dije: ‘Encuentre quién le escriba el editorial porque en este momento me voy. Y él se bajó a su oficina y yo empecé a guardar mis cosas en una caja de cartón.

“Guardé mis cosas, escribí una carta de renuncia. Fui a verlo a su oficina. Al rato me mandó llamar. Él caminó desde su escritorio con un papel en la mano y yo con mi carta de renuncia. Nos encontramos a medio camino en el pasillo de su oficina y él me dio la cuartilla. Él personalmente había escrito el editorial en el sentido contrario a lo que él quería inicialmente. Y eso fue lo que me dio.

“Yo le di mi carta de renuncia, pero él la rompió a sabiendas de que había desaparecido el motivo de mi renuncia. Y nos dimos un abrazo. Era un gesto de grandeza, de profesionalismo, de humildad.”

La relación y el alejamiento entre Manuel Buendía y Julio Scherer García, sus dos maestros, también aflora en la memoria de Granados Chapa. Explica que el distanciamiento se provocó cuando el autor de la columna Red Privada comenzó a publicarla en Excélsior, bajo la dirección de Regino Díaz Redondo, quien traicionó a Julio Scherer García en el golpe de 1976.

–¿Era en el fondo un malentendido?

–Buendía pasó de ser antipanista a ser propriista; Scherer García no. Entonces, a Scherer García le pareció que Buendía tenía demasiada cercanía con el gobierno.

–¿Le hubiera gustado reconciliarlos?

–No reconciliarlos, acercarlos. No tuve eco.

Granados Chapa recordó que, a pesar del distanciamiento, Buendía publicó en Proceso una columna que fue censurada en El Universal. Era un texto en contra de Carlos Hank González.

Proyectos colectivos

Unomásuno y La Jornada fueron los proyectos periodísticos en los participó Granados Chapa desde su fundación. Se le pregunta si él los considera un parteaguas

“Sí, sobre todo unomásuno –dice–, pues modificó la forma de hacer el diarismo. La Jornada fue una especie de prolongación de unomásuno. Por supuesto, también tuvo elementos innovadores, pero estableció una continuidad. Luego se incurrió en La Jornada en el mismo defecto que en el unomásuno: personalizar la dirección y entregar un patrimonio colectivo a un grupo de personas.

–¿Ese fue el motivo de la ruptura con Manuel Becerra Acosta, director de unomásuno?

–Sí. Becerra se adueñó de un proyecto que no era suyo.

–¿Es inevitable que esto ocurra en los proyectos periodísticos colectivos?

–No, si la regla es clara. Por ejemplo, nadie le puede reprochar a Julio Scherer García haberse apoderado de Proceso porque desde el principio Proceso era suyo. Si esa regla es clara desde el principio, no hay conflicto.

“Si los fundadores de unomásuno hubieran acordado que el periódico fuera de Becerra Acosta no hubiera habido conflicto. Si los fundadores de La Jornada hubieran acordado que el proyecto era de Carlos Payán, no hubiera habido conflicto. Pero en ambos casos se dijo que era propiedad de un colectivo y lo coparon Becerra y Payán.

–¿Existe espacio para otro periódico como unomásuno y La Jornada?

–Creo que sí, sobre todo uno que limite los excesos o atenúe las deformaciones de La Jornada. El periódico se ha vuelto faccioso, editorializa más allá de lo permisible.

La pasión de Granados Chapa, su legendaria capacidad de trabajo para escribir seis columnas a la semana en Reforma, una semanal para Proceso, para conducir diariamente el noticiario matutino de Radio UNAM, para participar en foros, litigar incluso contra políticos como el diputado federal hidalguense Gerardo Sosa Castelán, quien demandó al autor de Plaza Pública y a Alfredo Rivera, autor del libro La Sosa Nostra, no ha disminuido, a pesar de las adversidades.

En su recuento vital, Granados Chapa no evade uno de los temas más espinosos de su trayectoria: su candidatura a la gubernatura en Hidalgo, su entidad natal.

–¿Por qué aceptó la candidatura?

–Porque creí posible organizar una coalición que desplazara al PRI, que le ha hecho mucho daño a ese estado, y a cuyo reinado había que ponerle fin. Creí posible la coalición. Dije que sólo sería candidato con una coalición del PRD y del PAN. El PAN se rajó y cometí el error de ser candidato, contra mi propia convicción, de una coalición que no incluía al PAN. Fue un error. Pero la motivación inicial era esa: expulsar al PRI.

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