Detective Edipo
Reforma
Juan Villoro
1 Oct. 10
Los acontecimientos piden ser narrados. Aunque alguna secta postula que lo decisivo perdura en secreto, la chismosa mayoría juzga que lo importante tiene que saberse. Una vez superado, todo cataclismo se convierte en relato. Nadie sobrevive en silencio.
Para no exagerar con ejemplos límite (la guerra, el exilio, la orfandad, el accidente natural), pensemos en algo común: la antesala del médico. Ahí acudimos al alivio de la ficción. Mientras aguardamos nuestra historia clínica, imaginamos otra que la mitigue.
Los consultorios disponen de revistas sobre las minucias biológicas de las celebridades. Si la necesidad de evasión es mediana, podemos matar el tiempo leyendo sobre los estragos del bótox en un rostro de icónica belleza. Pero si llevamos en el bolsillo el acuciante resultado de un laboratorio, requerimos de una evasión más fuerte. Para "pensar en otra cosa" nos contamos un relato, algo que permita olvidar los glóbulos blancos.
En los consultorios cristaliza una narrativa de emergencia que por desgracia sólo ocurre en la cabeza de los pacientes y se borra al saber que los síntomas eran benignos o el diagnóstico fatal.
La lectura cautiva de ese modo. El flujo del acontecer se suspende hasta que regresamos al sitio donde misteriosamente estamos vivos y no hemos pagado el teléfono.
¿Qué determina una buena historia? Un elemento decisivo para garantizar el interés es el sentido de la consecuencia. E. M. Forster lo explica con misteriosa claridad en "Aspectos de la Novela". Si alguien dice: "murió el rey y luego murió la reina", estamos ante una anécdota, es decir, ante una circunstancia peculiar que revela la pobre higiene de la casa real. En cambio, si alguien dice: "murió el rey porque murió la reina", estamos ante una historia. El poderío de las consecuencias: una cosa ocurre porque sucedió otra. Los mejores cuentos sorprenden de manera lógica; el desenlace resulta inesperado y al mismo tiempo es congruente con lo que había pasado antes y con la psicología de los personajes.
En su cuaderno de notas, Chéjov esbozó un cuento. El tema es sencillo y perturbador: un hombre va al casino, gana una fortuna y se suicida. Lo normal sería que, al saberse millonario, fuera feliz y se vulgarizara bebiendo champaña. ¿Qué lleva a un hombre a matarse por triunfar? Establecer el vínculo, la lógica, entre el éxito y el castigo permitiría escribir el relato. Chéjov dejó esa asignatura pendiente.
Una historia lograda depende de cierta contradicción entre la acción y las emociones de los personajes. Todos hacemos cosas raras. Sin embargo, sólo damos con una historia cuando el desacuerdo entre el sentimiento y la conducta tiene una causa interesante. ¿Por qué se mata el hombre que ganó? En el sentido de la consecuencia está la historia.
En 2003 ó 2004 escuché una conferencia de Alain Robbe-Grillet en la que hizo una observación reveladora. Se declaró discípulo de la novela policiaca, no en la escuela de Poe, sino en la de Sófocles. De pronto, el gran trágico del siglo 5 a. C. regresaba con la gabardina y la cara desvelada del detective.
En toda historia policiaca hay un investigador, un culpable y una víctima. Sófocles demostró que estas tres figuras pueden ser la misma persona. Edipo se considera víctima de un delito, investiga las causas y descubre que el culpable es él mismo.
Toda historia puede pasar por tales fases. No necesita tratarse de una trama policiaca; puede ser una indagación del dolor o de un enigma existencial. Lo primero que una gitana le dice a la persona que le lee la mano es: "usted ha sufrido mucho". ¿Quién se atreve a contradecirla? La frase otorga verosimilitud a la adivinación: todos sufrimos mucho. Edipo arranca en ese punto; se sabe víctima.
Para que haya relato debe buscarse algo; la trama es una línea de investigación. Edipo indaga un crimen. Al hacerlo, descubre una parte de su vida que le había sido ocultada. El resultado es terrible. Descubre que la mujer con la que tiene hijos es su madre. Ella se suicida y él se saca los ojos para dejar de ser testigo de lo que ha averiguado hasta la aniquilación. Sin llegar a ese nivel, todo relator es "culpable" de literatura; interviene en lo que cuenta, no puede ser ajeno. Narrar es un atrevimiento: el relator advierte que su participación en lo acontecido es más determinante de lo que pensaba.
En "Antígona", Sófocles dramatiza la tensión entre la conducta pública y la privada: la protagonista desea celebrar los funerales de su hermano, enemigo de la ciudad. Sus emociones son tan genuinas como las de la época. Ambas se oponen. En "Edipo Rey" esta encrucijada es interior. La moral pública y la pasión íntima chocan dentro del personaje.
Los impulsos, las corazonadas y el azar producen acciones cuya lógica es retrospectiva. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Una emoción profunda, un recuerdo, un deseo de reparación nos lleva a actuar así. En efecto, reaccionamos de manera extraña. Más extraño aún es que eso tenga explicación, historia.
Fue lo que aprendió Edipo, primer investigador privado.
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