Y heme aquí con enfermedades cada semana, el ritmo de la vida postmoderna. Pero ese día fue diferente, en éstas épocas es difícil recordar pues la saturación de mensajes hace que pierdas la memoria, es una falacia que simplemente se redirige, no, se pierde, o por lo menos en mi caso y muchos que conozco así sucede.
Las personas olvidamos primeramente los recuerdos bellos, mucho más difícilmente olvidamos los dolorosos, así es que pensamos menos en nuestros amigos que en otras personas.
En fin, en estos momentos a fuerza de un trabajo de imaginación arduo recuerdo aquel día de septiembre del año 2009, cuando la euforia por un nuevo virus de influenza, específicamente el AH1N1, ya estaba pasando, el momento justo en que a mi alrededor se pensaba aun que era un mito o una exageración.
Ese día, mi memoria no da para saber el número exacto, sentí el escalofrío, migraña intensa y mis huesos rechinaban, aun así había decidido caminar hasta mi casa, 1 hora de camino por avenidas y calles; a la mitad del tiempo destinado sentí que me desmayaría si seguía así y fue cuando llamé a 2 buenos amigos para que fueran por mí, ellos me esperaban en casa. Las 11 de la noche en otoño y yo sin suéter.
De esa noche, que en el momento la sentí insoportable, no recuerdo mucho: José desvariaba, Graciela se tenía que ir, yo ardía en calentura (40 grados no es nada), y mis compañeros de casa tenían fiesta. No sé cómo logré despertarme tras solo 3 horas de sueño para acudir al Instituto Mexicano del Seguro Social, agradeceré eternamente a quien me acompañara ese día.
Así empezó mi vía crucis, la fiebre continuaba, ya no recuerdo cómo me sentía y me preocupaba contagiar a alguien más, fui a urgencias sin tarjetón médico pues nunca había tenido Seguro: El momento de la burocracia llegaba sin ser llamado.
Me mandaron a sacar análisis de sangre a una clínica a 1 hora de dónde nos encontrábamos, el piso lleno de sangre, un hombre cuasi moribundo gemía en el pasillo, la escena más desoladora que he visto, sobre todo porque en medio de ese pasillo me inyectaron la aguja que se llenaría de mi sangre, “y si me contagian otra cosa y sale peor”, pensé, afortunadamente no sucedió.
Tras eso me fui a casa de mis padres, no hay como una madre para cuidar de la salud de uno de sus hijos, sobre todo cuando éste es el más pequeño de sus retoños.
Ese día estalló mi enfermedad, no sabía qué tenía así que acudí al Hospital Civil (no pensaba volver jamás al IMSS a asuntos médicos) a que me diagnosticaran y así fue: “Influenza Humana, debes seguir un tratamiento de 5 días, ni uno más porque es peligroso, aunque los resultados oficiales salen dentro de un mes”; “y si no tengo eso”, Pues te friegas.
Buscaba en esos momentos las diferencias entre la automedicación que hacen las personas comunes y corrientes a las medicaciones sin bases tangibles que hacen los médicos, las encontré y me di por servido, “ellos son los doctores, yo no, si ellos dicen que tengo Influenza pues eso tengo”. Aun así tuve miedo, en los medios de comunicación aun presentaban al virus como un agente mortífero que destruía lo que tocaba, información sin ton ni son que nadie se encargó de cuidar.
Y volví al IMSS, si no tramitaba mi Seguro me correrían del trabajo; fui, volví, bajé, corrí, subí, 60 pesos de camiones; sector Reforma, clínica 110, Centro Médico, caras pedantes de las trabajadoras “sociales”: los 3 días más largos de mi vida; y por fin, me entregaron mi documento que avalaba que estaba enfermo, acudí a mi trabajo, ardiendo en calentura esperé en la sala, los minutos eran eternos, el tiempo no es lineal ni en los cronómetros, y después fui libre para poder descansar. Ya era el tercer día de tratamiento, una especie de arañas gigantes aparecían en los camiones cada que me subía.
“Ideación suicida, visiones y alucinaciones, son solo algunos de los efectos secundarios del tratamiento”, me dijeron el día que me llenaron de píldoras y cajitas con medicina, después lo comprobé. Entre el dolor de las articulaciones y los sueños fantásticos me pasé postrado en cama 5 días. No podía salir de mi cuarto, ni ganas tenía además.
La medicina contra todo tipo de enfermedades gripales va directo al hipotálamo y esa es la razón de las alucinaciones lo cual las hace muy peligrosas, yo tomaba 5 medicamentos diferentes 3 veces al día; todos con la misma función; por favor, no intente esto en casa; el aprendizaje más grande fue no jugar con jarabe para la tos ni con la terrible Amantadina.
Que soy la primer persona que conocen que tuvo Influenza Humana, me han dicho muchas personas. Después de eso los mensajes del gobierno federal y las cifras sobre muertes por AH1N1 ya no me sonaban igual: los primeros eran como mentarme la madre en mi cara y a todos los que vivieron ésta experiencia; la segunda me hacía preguntarme cuántos de ellos habrán muerto por suicidio, pues conjuntando los efectos secundarios con la terrible impotencia que crea la burocracia del IMSS no me cabe duda que más de alguno tomó ese camino.
2 semanas después mi vida volvió a la normalidad, 7 kilos de peso menos, demacrado y con un chirrido en los dedos, pero al fin uno debe seguir el curso de éste mundo tan acelerado; el trabajo, la escuela, los amigos, la familia, etcétera.
Lo que más rescato es que en ese tiempo leí uno de los mejores libros que he tenido el honor de leer, El Tambor de Hojalata de Günter Grass, que me lo prestó un buen amigo 3 semanas antes, cuando el enfermo era él y yo creía que la Influenza era una exageración, así es el ciclo. Entonces recuerdo, eso nunca lo suplantaré, que soñaba que yo era el buen Óscar, tocando su tambor con líneas rojas, tratando de brincar de un trampolín.
Alejandro Velazco
No hay comentarios:
Publicar un comentario