Crónica de un encuentro cronicado.
Omar García
Él danzará durante los próximos 100 minutos sin que nadie se dé cuenta. Taconeara, hará swin con el derecho, un poco de tango con el izquierdo, yoga con ambos y hasta un meloso cha cha cha con sus zapatos brillosos acabados en punta. Viene a hablar de todo y todos menos de él… y es que aprendió a escribir, o mal escribir, haciendo periodismo en un diario que nunca vio la luz.
Son las 16 horas en el centro de Guadalajara y los periodistas del periódico más longevo de la ciudad, El Informador, acudirán en un par de minutos a una sesión con él en la casa de la fundación Álvarez del Castillo, la misma en la que el piso uno es un gran estacionamiento y el piso 2 es una sobria casona al estilo México contemporáneo. Como todos están aquí la ciudad tendrá que esperar por reporteros, hoy es el día de él.
En ese salón acondicionado con 60 sillas ocupadas por profesionales de los medios, con blancos, cafés, escasos y, la mayoría de alborotados cabellos, los periodistas se sitúan viendo al frente, donde una televisión de más de 30 pulgadas hace las veces de escenografía. El bailarín quiere comenzar no sin antes una presentación de closet, “este hombre no necesita presentación y menos frente a periodistas como ustedes” dijo Diego Petersen.
Con un kilataje modesto embutido en una estatura propia de algún viejo vikingo, ha de comenzar el hombre que lleva toda la tarde hablando de él, su obra, su país y su planeta. Lo hace sin pensar, pero es tan hábil para hablar frente a un micrófono que parece que lleva un guión retratado en la mente. Lo sigue, lo cambia, lo remasteriza… y todo a una velocidad que parece que ya tiene todo reflexionado.
“La crónica periodística tiene un contrato con la verdad, no es válido darse licencias para inventar personajes o cambiar los tiempos. En una ocasión…” y suelta experiencias vividas, crónicas leídas, anécdotas ajenas tan bien contadas que parecen propias; este hombre de barba tupida y cabellera rala bien podría hacerle la carpeta informativa a Dios.
Las frases se le desbordan a borbotones frente a un público que le festeja cada perla. Están las que se vuelven filosóficas “En la crónica, como en la vida, no siempre hay vidas interesantes.” También las frases que apabullan a los editores “se pueden hacer crónicas de contrabando, pero la columna vertical de un periódico siempre son las noticias” Maquilará frases a diestra y siniestra haciéndole una crítica al periodismo de internet “Estamos sumergidos en una sociedad del comentario, el problema de los bloggers es que con sus comentarios tienen presente su capacidad de escupir sobre la nota que leyeron” “Al igual los medios online, es como si los restaurantes tuvieran reportes pegados en la pared de todas las personas que vomitaron con su comida”
Es Juan Villoro, un periodista que es literato y viceversa. El hombre que está a punto de salir por esa puerta para fotografiarse con muchos de esos colegas a los que les lleva varias décadas de ventaja se despide con un consejo que retumba: Para hacer una buena crónica se necesita lo mismo que para hacer unos huevos rancheros para que ambos sepan bien: pasión
1 comentario:
Me escupo a mí mismo y que nadie borre la vomitada, que para eso es esto.
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